Nick Konrads había hecho fortuna y había vuelto al mismo pueblo australiano que le expulsó de su seno años atrás. ¿Su crimen? Haberse enamorado de la tierna, inocente y adinerada Suzannah, que había traicionado su amor.
Como nuevo propietario de la antaño gloriosa mansión de la familia de Suzannah, Nick pretendía hacerle pagar su deslealtad. Pero no podía negar los sentimientos que seguía albergando hacia ella. Y cuando vio por primera vez a la hija de Suzannah, de seis años de edad, la reconoció de inmediato. Era su hija.
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